Hasta hace un tiempo, me sentía como en éste cómodo sendero en el que nada está escrito pero en el que sientes la confianza de que sólo cosas buenas están por venir, a pesar de no tener ni la más remota idea de que hacer ni cuando hacerlo.
Te levantas, comes, trabajas, amas, odias, te aman, te odian, ganas dinero, compras cosas, vuelves a comer, duermes y repites el ciclo.
Y todo funciona. Funciona perfectamente.
Sólo sientes como crece esa confianza, esa energía que realmente nunca sabes de donde vino pero que realmente nunca terminas de ajustar a tu cuerpo ni a tu mente. Estás consciente de que las cosas parecen ser perfectas y eso te da cierta sensación de autorrealización que no tiene un sustento real.
El no saber donde estás ni a donde vas es la misma ruleta rusa que suelen jugar aquellos que se denominan a sí mismos «libres» sólo por el hecho de creer que una meta en la vida es vivir sin un orden. Que sólo por el hecho de tener éxito en algo te haces mejor de la noche a la mañana y que eso te forja una poderosa razón, cuando en realidad sólo hace tu carga expansiva y peligrosa.
Y bueno, como es de esperar, las cosas poco a poco vuelcan y se turnan en caminos que no derivan como uno lo espera.
Eso que golpea cada tanto como diciendo «oye, algo no está bien aquí ¿no lo crees?». Vaya, lo común y constante que persigue al hombre desde el principio de los tiempos y que acalla con mentiras solapadas por sí mismo y sus similares.
Sin embargo, creo que tarde o temprano, aún las mentiras de todos los días ya no parecen tan cómodas.
A pesar de haber tenido esa etapa de «estabilidad», de ser funcionar a nivel social y de haber disminuido el tiempo dedicado a desarrollar la mente a favor de una vida más relajada y cómoda, sentía que realmente nunca me tranquilizaba o estaba satisfecho.
Es como si tu mente trabajara todo el tiempo. Durante el día, durante la noche, durante el desayuno, durante la ducha… durante prácticamente toda tu existencia. Y eso realmente es una tortura, te despierta a media noche con el rostro pálido y la columna completamente arqueada. Como si dormir y huir no fueran una opción.
Sientes que eres presa de tus propios deseos y aspiraciones, pero que no eres capaz de cumplirlas o que son rezagos de algo que debes dejar ir. Esas obsesiones a las que perteneces, aunque creas que puedes controlarlas, te llevan silenciosamente a un profundo abismo.
Y ahí te quedas, durante días, meses o años. Inamovible.
Pero hay un momento. Ese cuando creías que eran sólo viejos amigos perdidos en la cruel monotonía. Justo en la frialdad de ese abismo y sin importar los problemas actuales y los que están por venir, poco a poco los deseos producto de la locura se empiezan a apoderar de tu mente, cada vez con más fuerza. Y te hacen sonreír nuevamente.
Están dispuestos a reconstruir tu vida desde una perspectiva distinta, pero que siempre estuvo ahí.