En el consecuente camino hacia ninguna parte, aposté por llegar unos días a Puebla. Ahí estaba un poco más relajado. Y es que, a pesar de que semanas antes un par de cambios inesperados e importantes en mis finanzas personales me dejaron prácticamente en ceros, decidí continuar mi viaje.
Fue un momento de aceptar un par de cosas y disciplinarme para hacer que todo funcionara. Suena simple. Pero estar completamente relajado, ver la ola y encargarse ella sin perder la calma ni dejar de avanzar, no es tan fácil.
Y es por eso que considero ésta la segunda parte de mi trayecto por la república.
Puebla

Como es tradición, al llegar a una nueva ciudad me da por caminar y caminar por las calles principales para ver que encuentro sin esperar algo en particular.



Zócalo de Puebla

Al llegar al centro y zócalo de la ciudad, me senté en una banca para observar el flujo de gente y tratar de respirar un poco el entorno, ver el ritmo de la ciudad. Escuchar un poco, entender.



La ciudad me agradaba, pues era tranquila. Tenía su toque entre urbano y ligeramente colonial que te permite caminar, conocer gente y encontrar algo interesante por hacer sin dejar de sentir que sigues entre los urbanos.
Los Fuertes

Al día siguiente, me hice a la aventura de ir a Los Fuertes de la ciudad, que son unas antiguas instalaciones militares. La verdad, no conocía mucho al respecto pero sabia que estaban no muy lejos. Y es que, a pesar de que había pronóstico de lluvia (llovió) y saber que estaría cerrado, quise ir y no dejar pasar aquel día sin salir a recorrer un poco más.
El lugar era una especie de parque. Había información, maquetas, figuras, una especie de museo. Tenía incluso una pista periférica para gente que iba a hacer deporte.
Se podía caminar tranquilamente, descansar bajo un arbol y seguir viendo cosas.


Y hasta había un lago con patos.

Cuexcomate

Otro día fui a buscar un curioso lugar llamado Cuexcomate. Un pequeño volcán enano que es más bien una especie de geiser inactivo.
En Google Maps me aparecía a la mitad de una zona residencial, lo que me pareció extraño. Aún así, me adentré en la colonia para buscarlo. Y efectivamente, estaba en un pequeño parque a mitad de la zona residencial.
El lugar era muy pequeño y tenía unos escalones de acero para descender hacia dentro de él.

El fondo era silencioso. Escuchabas un poco de agua y el nadar de los peces pequeños. Nada más.
Relajante.

San Pedro Cholula

Tuve la oportunidad de ir a San Pedro Cholula en dos ocasiones. Es una pequeña población colindante con la capital y tiene cierta fama por la cultura de la cerveza y la cultura artesanal.
La primera vez que llegué lo hice caminando, por lo cual me perdí un poco. Pero preguntando a la gente que conocía en el camino, me informaron sobre la zona arqueológica y como llegar ahí.


Lo curioso, es que lo que me habían comentado antes era cierto, aunque extrañamente paradójico: una iglesia católica en la cima de una pirámide. Al principio me llamó la atención, luego me puso reflexivo. Esa extraña sensación de percibir una bofetada maestra de una cultura a otra.

No importando eso, subí a la cima y conocí el templo.

Pero más que la iglesia o la propia pirámide, lo que más me impresionó fue la hermosa vista que tenía el lugar.

Comida

Puebla es conocida por su variedad de comida. Aunque tuve la oportunidad de comer en puestos y carretas alimentos como cemitas, tacos árabes, etc., también fui en busca de platillos como los chiles en nógada y el mole poblano.
El mole poblano lo conseguí muy económico en lugares de comida corrida, por lo cual no tuve que acudir a lugares turísticos del centro y pagar altas cantidades.

Y fue similar con los chiles en nogada, los cuales pude probar en un pequeño puesto en las orillas de la zona centro por muy poco dinero y en un lugar atendido por una pareja de abuelitos con gran amor por lo que hacían.

Conclusión

Lo mejor de todo, creo que fue conocer personas dentro de la misma ciudad. Y eso es algo que me fascina. Precisamente mi amiga Teff me invitó a lugares con sus amigos y tuve la oportunidad de visitar un par de lugares con ellos.
Con el paso del tiempo, llegas a ese punto en el que las personas ni las situaciones en conjunto importan mucho. Te vuelves adicto a los momentos que se generan a partir de ellos en lo individual. A la combinación del todo y su resultado imprevisto.
Te vuelves hábil en que las cosas no salgan como esperas. Problemas y sorpresas a la vez.
Dejar llegar las nubes.
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